Circular 2024.18 - El Ministerio de la Palabra
Tópicos de Enseñanzas - RGE 2024 - El Ministerio de la Palabra
31 de marzo de 2024
Publicado en 22 de septiembre de 2024
Queridos hermanos,
La Paz de Dios.
La palabra de Dios nos enseña que los presbíteros que gobiernan bien deben ser estimados como dignos de doble honor, principalmente los que trabajan en la Palabra y la ministran, pues son responsables por enseñar y aconsejar a la hermandad. Ellos tienen el deber de apacentar el rebaño con paciencia y amor, cuidando de que nadie desvíe ni se pierda.
El profeta Ezequiel, movido por el Espíritu de Dios, protestaba contra los pastores infieles de Israel, diciendo:
“Coméis la leche, y os vestís de la lana; la gruesa degolláis, no apacentáis las ovejas. No fortalecisteis las flacas, ni curasteis la enferma; no ligasteis la perniquebrada, ni volvisteis la descarriada, ni buscasteis la perdida; sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia; Y están derramadas por falta de pastor; y fueron para ser comidas de toda bestia del campo, y fueron esparcidas. Y anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron derramadas mis ovejas, y no hubo quien buscase, ni quien requiriese.” (Eze. 34:3 a 6)
Tanto en el Antiguo Testamento (AT) como en el Nuevo Testamento (NT), el pastor tenía como objetivo cuidar, apacentar y vigilar siempre el rebaño. Ya el mercenario, en cambio, cuidaba de las ovejas, pero se interesaba por su propio beneficio económico. Jesús ha dado ejemplo del amor y cuidado que tenía por sus ovejas, que eran sus discípulos. Él mismo lo dijo:
“Yo soy el buen pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve al lobo que viene, y deja las ovejas, y huye, y el lobo las arrebata, y esparce las ovejas. Así que, el asalariado, huye, porque es asalariado, y no tiene cuidado de las ovejas.” (Juan 10:11 a 13)
El Señor Jesus, al hablar con sus discípulos, junto al mar de Tiberíades, dijo tres veces a Pedro:
“...Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?...” (Juan 21:16)
Luego de su respuesta, le dijo el Señor:
“...Apacienta mis ovejas.” (Juan 21:16)
Apacentar es dar pasto, alimentar y cuidar, que era el deber del pastor. En el Nuevo Testamento, la palabra pastor se refiere al proveedor, protector y guía del pueblo de Dios. El apóstol Pablo escribió acerca de las elecciones de Cristo:
“Y él mismo dio unos, ciertamente apóstoles; y otros, profetas; y otros, evangelistas; y otros, pastores y doctores;” (Efe. 4:11)
Cuando el Apóstol Pablo, en Mileto, se despide de los Ancianos que vinieron de Éfeso, les recomendó diciendo:
“Por tanto mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al ganado; Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas, para llevar discípulos tras sí. Por tanto, velad, acordándoos que por tres años de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.” (Hch. 20:28 a 31)
Esto ocurre cuando el predicador atrae al pueblo para sí, por medio de palabras agradables, tornándolos sus discípulos, y no de Cristo.
Es necesario vigilar el rebaño, recordando también a los que se están alejando de la casa de Dios, tratándolos con amor y piedad. El apóstol Judas recomendaba en su carta:
“Y recibid a los unos en piedad, discerniendo; Mas haced salvos a los otros por temor, arrebatándolos del fuego; aborreciendo aun la ropa que es contaminada de la carne.” (Jud. 1: 22 y 23)
No podemos negar que tenemos innumerables ovejas apartadas por no haber sido tratadas con paciencia y amor, así como algunas que han sido excluidas del rebaño.
Cuántos hermanos que se escandalizaron por actitudes de ministros de la Palabra o de la Piedad que no han vigilado y dieron motivo a que algunos se apartasen, movidos por el rechazo, debido a predicaciones desvirtuadas a la comunión con Dios o a hablas groseras.
Algunos utilizan el púlpito para atacar directa y duramente a los hermanos que asisten al santo culto para oír la Palabra de Dios. Otros, con el interés de agradar al pueblo, presentan predicaciones con promesas de bendiciones de forma general y sin restricciones, prometiendo liberación y prosperidad material, y el pueblo que escucha, creyendo y no recibiendo, cae en la incredulidad de la Palabra de Dios, pensando que Dios no ha cumplido lo que dijo, escandalizándose.
Algunos se quejan de que ya no encuentran alimento espiritual, sino sólo promesas de éxito, sin enseñar el camino de la santificación necesaria para la salvación. Muchas predicaciones son elocuentes, pero sin contenido, sin el único objetivo de conducir a las personas al conocimiento de la verdad y a la santificación, y hacen delirar al pueblo sin tener el pleno conocimiento de la verdad del Evangelio para la salvación.
Sabemos que para que el pueblo escape de la corrupción debida a las concupiscencias que hay en el mundo, es necesario añadir diligentemente la fe, la paz, el amor, la santidad y las demás virtudes de Dios, pues quien no tenga y abunde estas cosas será ocioso y estéril en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, ciego, sin ver nada a lo lejos, ya que ha olvidado la purificación de sus antiguos pecados.
Esa ceguera espiritual impide que el ministro de la Palabra tenga conocimiento de todas las ovejas descarriadas, pues no siente falta de ellas, razón por la cual algunos siervos son murmuradores, rechazando a aquellos que se arrepintieron de sus pecados y volvieron para la convivencia cristiana en busca del perdón de Dios. A menudo, tales ministros maldicen e incluso niegan el saludo cristiano a causa de su propio juicio imprudente acerca de tales personas. Olvidan que el lugar del pecador arrepentido es en la casa del Señor. Es necesario considerar que tales jueces no saben lo que esto significa:
“Porque misericordia quiero, y no sacrificio; ...” (Oseas 6:6)
Para el ejercicio del ministerio de la Palabra o de la Piedad es necesaria la vigilancia constante en toda la vida. Debiendo estar siempre en comunión con Dios, no solo por medio de la oración, como también por la meditación en la Santa Escritura. Pablo recomendaba a Timoteo, diciendo:
“Medita estas cosas; ocúpate en ellas; para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello; pues haciendo esto, a ti mismo salvarás y a los que te oyeren.” (1Tim. 4:15 y 16)
Cuidar de sí mismo y de los mandamientos divinos significa estar siempre vigilante para mantener un buen testimonio en toda la vida, sea en la vida familiar, en los negocios, en el trato, independientemente de dónde o con quién esté tratando, para que su ministerio no sea censurado. Recordemos que es bíblico que la vida del obrero manifieste su fidelidad a Cristo de tal manera que pueda ser tomada como ejemplo de conducta ante la congregación (1Ped. 5:3, Tit 1:6-9).
El verdadero ministro de la Palabra de Dios honra a Cristo en todo, persevera en la oración, manifiesta el fruto del Espíritu (Gal. 5:22-23), se esfuerza por salvar a los perdidos (1Cor 9:19-22), amando y acogiendo a todos sin distinción (Luc. 15), pero aborreciendo el mal y exhortando contra el pecado (Mat. 23, Luc. 3:18 a 20), conduciendo siempre al pueblo a la santificación (Hch 26:18, 1Cor. 6:18) y anunciando plenamente el Evangelio sin transigencias ni corrupción (Mat. 28:18 a 20).
El atendimiento a los santos cultos y a otros servicios divinos debe hacerse con el máximo cuidado, observando las recomendaciones relativas a expresiones inapropiadas o afirmaciones contrarias a las Escrituras, sabiendo que, quien así lo proceder será responsable de sus propios actos, según consta en los Estatutos de la Congregación Cristiana, que dice lo siguiente:
“La Congregación Cristiana no se responsabiliza por los actos personales practicados por cualquiera de sus miembros.” (Estatutos, Artículo 12)
Por lo tanto, es nuestro deber ser vigilantes y prudentes en toda nuestra vida y en el ejercicio del ministerio para ser agradables a Dios.
Vuestros hermanos en Jesucristo,
Consejo de los Ancianos más Antiguos de Brasil