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Circular 2024.12 - La salvación es Universal

Tópicos de Enseñanzas - RGE 2024 - La salvación es Universal

31 de marzo de 2024

Publicado en 22 de septiembre de 2024

Queridos Hermanos,

La Paz de Dios.

La salvación es universal en el sentido de que se ofrece indistintamente a todos y cada uno de los seres humanos, teniendo como único requisito previo la fe genuina en Jesucristo. Quien cree en Él y lo acepta como su Redentor exclusivo, personal y suficiente, se salvará, si permanece en la fe hasta el fin y de ella no se aparta. Jesús murió por todos los hombres para limpiarlos y redimirlos de la maldición del fuego eterno, pero no todos se salvarán.

Esto se explica por el hecho de que su sacrificio sólo es válido para aquellos que creen en él, recibiendo en sí mismos la gracia salvadora por medio de la fe en su nombre. Esto es justo, porque el precio pagado por la salvación fue demasiado elevado para ser despreciado, costó la vida y la sangre del Hijo de Dios.

Esto se explica por el hecho de que su sacrificio sólo es válido para aquellos que creen en él, recibiendo en sí mismos la gracia salvadora por medio de la fe en su nombre. Esto es justo, porque el precio pagado por la salvación fue demasiado elevado para ser despreciado, costó la vida y la sangre del Hijo de Dios.

Cristo, dejando su gloria divina, descendió desde lo más alto cielo a las partes más bajas de este mundo, haciéndose semejante a los hombres, para cumplir la misión de rescate de las almas perdidas.

Quién cree en Jesucristo, recibe la justicia de la salvación por la fe, pero quien no cree, recibe la justicia de la condenación por haberlo rechazado.

El mayor error de la humanidad es rechazar y despreciar a Jesucristo y Su Santa Palabra, ya que esta elección no le deja otra alternativa sino la condenación eterna.

Todo empezó con Él y terminará en Él, que es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin de todo y de todas las cosas. Por eso, la redención no depende ni del mérito de ninguna denominación religiosa, ni de qué o de quién sea. Sólo mediante la magnífica obra realizada por Jesucristo y consumada en la cruz del Calvario puede el ser humano librarse de un destino irremediable, lamentable y terrible en los abismos eternos.

Esta dádiva celestial, la gracia maravillosa, salva al creyente de la abominación, lo justifica y lo conduce a la vida eterna (Ef 2:8 y Tito 2:1). Jesucristo nos abrió la revelación de su Palabra y, a través de ella, por la fe, dio a todos acceso a Dios enviándonos el Espíritu Santo. Nuestro Señor Jesucristo fue crucificado con el propósito de perdonar nuestros pecados y unirnos con Dios.

Por esa razón, en la cruz, el Hijo de Dios completó una obra de reconciliación, uniendo a los hombres fraternalmente, tornándolos hermanos; y uniendo a los hombres con Dios en Su hijo, en un plan espiritual, tornándolos hijos de Dios por adopción:

“Porque a los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos;” (Rom 8:29)

“Mas, a todos los que le recibieron, dio les potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que creen en su nombre.” (Juan 1:12)

El Señor murió por todos, tanto por los que se salvarán como por los que se perderán. La constitución de estos dos grupos -salvos y perdidos- es consecuencia de la aceptación o negación de cada ser humano a la llamada espiritual, ejercida libre e individualmente, y jamás resultado de una supuesta limitación de la gracia redentora de Cristo.

El apóstol Juan manifiesta que Dios ama a todas las personas y quiere salvarlas, bastando que acepten la llamada del Evangelio:

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su hijo al mundo, para que condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por Él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya es condenado, porque no creyó en el nombre del unigénito hijo de Dios.” (Juan 3:16 a 18)

“Respondió Jesús, y les dijo: Ésta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.” (Juan 6:29)

El Señor es el Cordero sacrificado para limpiar los pecados de todos los que desean la salvación:

“[...] él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” (1Juan 2:2)

“...Que si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.” (Rom 10:9)

“Porque el Señor es el Espíritu; y donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad..” (2Cor 3:17)

Hay que reconocer que no habría sentido alguno en la condición contenida en este capítulo "si con tu boca confiesas y en tu corazón crees", si tanto la confesión como la creencia fuesen una imposición arbitraria y unilateral del Altísimo. Aquí vemos, por una parte, la responsabilidad humana de creer en la Palabra de Dios y, por otra, la apertura divina para acoger a todos los que reciben la verdad del Evangelio. De hecho, la fe proviene de haber oído la Palabra de Dios:

“Pero Dios habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora anuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan.” (Hch 17:30)

Como puedes ver en la invitación divina:

“Para que todos sean una cosa; como tú, Oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Juan 17:21)

Así, se lee:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar.” (Mat 11:28)

Nuevamente:

“Y todo esto es de Dios, el cual nos reconcilió a sí por cristo; y nos dio el ministerio de la reconciliación; Porque ciertamente Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no imputándole sus pecados, y puso en nosotros la palabra de la reconciliación.” (2Cor 5:18)

En otro momento:

“Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados.” (1Cor 15:22)

Todos los que acepten el Evangelio serán vivificados, porque Dios no quiere que nadie perezca, como leemos en la carta de Pedro:

“El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2Ped 3:9)

Concluimos afirmando que todos los vivificados por el Evangelio recibirán virtudes suficientes para mantenerse en una vida santificada firme y fiel, que es la condición para estar en Dios. Por lo tanto, alguien puede probarse a sí mismo su condición en relación con su elección observando si su caminar es por la fe en la santidad. Quien está en Cristo y tiene el Espíritu Santo morando en él, está en la Luz, y sus obras reflejarán esta verdad.

Vuestros hermanos en Jesucristo,

Consejo de los Ancianos más Antiguos de Brasil